Una mujer africana y una mujer asiática intercambian experiencias sexuales. Tenían curiosidad por saber cómo se sentía otra cultura, otra piel, otro olor. Se miraron con deseo y admiración, se tocaron con delicadeza y pasión. La africana tenía la piel negra como el ébano, el cabello rizado y los labios carnosos. La asiática tenía la piel blanca como la leche, el cabello liso y los ojos almendrados. Se complementaban a la perfección, como el yin y el yang. Exploraban sus cuerpos con los dedos, los labios y la lengua. Compartían sus fantasías y secretos más íntimos. Eran libres de ser ellos mismos, de expresar su sexualidad sin vergüenza ni inhibición.